En
esta ocasión pirateamos a Don Mario Benedetti. De un pequeño libro “Buzón de
tiempo” se llama. Edición de bolsillo, uno de esos libros modestos, fáciles de
llevar y de perder. Como “Alacranes en su tinta” pongo por ejemplo. Me lo
regalaron y a continuación alguien me lo pidió prestado. Ya no lo he vuelto
a ver.... Este creo que también me fue regalado, pero uno ya no está seguro de
nada...
El
cuento se llama “Fin de semana”.
------------------------------------------------------------------------------------
"..yo sigo prefiriendo el viejo beso artesanal que desde siempre comunica tanto" |
Esperó
al padre en la puerta de la escuela. Como todos los viernes. A partir del
divorcio, Fernando vivía con su madre, pero los fines de semana eran del padre.
Antes de cualquier dictamen impuesto, ellos lo habían resuelto amigablemente,
sobre todo para no herir al hijo con enfrentamientos inútiles. Nunca llegaba en
hora, pero esta vez demoró más que de costumbre. Mientras compartió la espera
con otros chicos, Fernando no se inquietó, pero uno a uno los fueron recogiendo
y al final sólo quedaron él y el portero, un tipo que además detestaba a los
escolares.
Marcelo apareció por fin, casi corriendo. Fernando
se resignó a besar la mejilla, paterna y sudada. Eso no le gustaba, porque la
boca le quedaba húmeda y le habían enseñado que no era correcto limpiarse con
el puño.
—¿Estabas nervioso?
—No.
—Por
favor, no le cuentes a tu madre sobre esta demora. Digo, para que no se
preocupe. La verdad es que no me podía sacar de encima a un cliente que es un
plomo.
No
le cuentes a tu madre. Fernando no entendía por qué no decía: No le cuentes a
Luisa.
Tomaron un taxi hasta el restaurante de todos los
viernes. Fernando no precisaba leer el menú. Siempre había sido fiel al
churrasco con ensalada.
—¿No querés pedir otra cosa?
—No.
—Yo me aburriría pidiendo siempre lo mismo.
—A mí me gusta. Por eso no me aburro.
Marcelo
cumplió con el deber paterno de preguntarle por sus clases, sus maestras, sus
compañeros. Como eran las preguntas de siempre, Fernando apeló a las respuestas
de siempre.
—Y
de todo lo que vas aprendiendo, ¿qué es lo que más te gusta?
—Las cuentas y los cuentos.
Como acompañamiento de un humor tan primario,
Fernando esbozó su primera sonrisa de este viernes, y el padre no tuvo más
remedio que reírse.
En el postre tampoco hubo novedad: helado de
vainilla.
—Y tu madre ¿cómo está?
—Sola. Está sola.
—Bueno, no tan sola. Está contigo ¿no?
—Sí, claro.
Llegaron
al lindo apartamento sobre la Rambla y Fernando fue a su cuarto. Marcelo le
había reservado ese espacio, donde, además de la cama y otros muebles, había
juguetes (un mecano, un trenecito eléctrico) de uso y disfrute solitarios. Y
asimismo un pequeño televisor. Tambien en casa de su madre tenía un ambiente
propio, claro que con otros juguetes. A Fernando le gustaba esa doble franja de
sus entretenimientos. Era como saltar de una región a otra, y viceversa.
Estuvo
un rato jugando con el mecano (construyó algo que, si se lo miraba con buena
voluntad, podía parecerse a un molino), vio en la tele un documental sobre las
ardillas, dormitó un rato, así hasta que Marcelo lo llamó desde la terraza.
Allí lo
esperaba una novedad: una muchacha, alta, rubia y con el pelo suelto, de
vaqueros, que a Fernando le pareció linda y simpática.
—Fernando
—dijo el padre-—. Ésta es Inés, una buena amiga mía, que también va a ser una
buena amiga tuya.
La
buena amiga sólo dijo ¡hola!, pero le tomó de un brazo y lo acercó a su
mecedora. Lo besó con suavidad y Fernando advirtió con alivio que aquella
mejilla no estaba sudada. A él le cayó bien que Inés no le interrogara sobre la
escuela, las clases, las maestras y los otros alumnos. En cambio, le hizo
comentarios sobre películas y sobre fútbol. Le pareció increíble que una mujer
supiera tanto de fútbol. Además, como al pasar, dijo que era hincha de
Nacional. También él era bolsiyudo. Un buen comienzo. Marcelo, en cambio, era
de Peñarol, pero asistía satisfecho a aquel estreno, como el autor clandestino
de un buen libreto.
Inés había
traído unos paquetes con comida, así que
cenaron en casa. Después vieron un poco de televisión (noticias sobre
hambrunas, inundaciones y atentados), pero como a Fernando se le cerraban los
ojos, el padre lo mandó a la cama, no sin antes recomendarle que se lavara los
dientes.
A
medianoche lo despertó un ruido procedente del cuarto de baño. Alguien había
tirado la cadena. Como la puerta de su cuarto estaba entornada, Fernando pudo
espiar desde allí. Inés, de camisón, salió del baño y entró en la habitación de
Marcelo.
Fernando volvió a su cama y durante un buen rato
estuvo desvelado. Inés era linda y simpática y además de Nacional. Pero, antes
de dormirse, Fernando decidió reforzar su lealtad a Luisa. A su madre no le
importaba el fútbol, pero aun así a él le parecía más linda y más simpática.
El sábado y
el domingo, Fernando disfrutó de su
padre y éste de Fernando. No era el momento de hacer el balance de la
situación. Como si hubiera concluido el guión de la película, Inés no habló más
de fútbol. Estaba tan callada, que en la tarde del domingo Marcelo se le
acercó, le acarició el lindo pelo y le preguntó si pasaba algo.
—Nada
importante —dijo ella—. Sólo que tengo que acostumbrarme.
Lo
dijo en un murmullo, sólo para Marcelo, pero Fernando la escuchó (la abuela
siempre decía: «Este chico tiene un oído de tísico») y
llegó a la conclusión de que también él tenía que acostumbrarse. ¿Se
acostumbraría?
El
domingo a la noche, Marcelo reintegró al chico al ámbito materno. Llamó desde
abajo y cuando oyó algo parecido a la voz de su ex mujer, dijo: «Luisa, aquí te
dejo a Fernando. Chau». «Gracias. Chau», dijo el intercomunicador, más afónico
que de costumbre.
Fernando
subió en el ascensor hasta el sexto piso. Allí lo esperaba Luisa. Lo besó,
tenía la cara con un poco de pancake, pero a él no le importó.
Un
rato después, ella le hizo un jugo de naranja. De pronto contempló a Fernando
con curiosidad. Pensó que era absurdo, pero le pareció que de algún modo su
hijo había crecido en sólo 48 horas.
Sólo por decir algo, Luisa preguntó:
—Y tu padre ¿cómo está?
Fernando pensó: ella tampoco dice «Marcelo» sino «tu
padre». Tragó saliva antes de responder:
—Solo. Está solo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario